El pasado mes de marzo nuestras vidas se vieron bruscamente alteradas por la irrupción del COVID-19 en nuestro país. Nos tuvimos que confinar en nuestras casas tanto niños, adultos y mayores. Para nuestros usuarios fue un cambio de rutinas y de status quo que en muchos casos fue incomprensible para ellos, lo que comportó cambios emocionales y conductuales.
Actualmente sabemos que, además de los tratamientos farmacológicos, existen diferentes factores que contribuyen a mejorar y prevenir el deterioro cognitivo como la estimulación cognitiva, el ejercicio físico, la dieta mediterránea, controlar los posibles factores de riesgo vascular, la práctica de aficiones y mantener relaciones sociales (Olivera-Pueyo, J., Pelegrín-Valero, C., 2015).
Existen estudios (Olazarán et al., 2006) en los que se demuestra que al participar en los programas integrales de estimulación cognitiva en los que se llevan a cabo diversas tareas como psicomotricidad, estimulación de las diferentes áreas cognitivas, promoción de las relaciones sociales y/o mantenimiento de las Actividades de la Vida Diarias (AVD’s), existe una mejora en el estado de ánimo, actúan positivamente sobre el deterioro cognitivo y por otro lado, también sugieren una posible mejora en la calidad de vida y en la conducta, atribuible al programa y al fomento de las relaciones sociales.
Durante el confinamiento se han visto interrumpidos nuestros talleres, del mismo modo que el resto de las actividades que se llevaban a cabo; y son numerosos los casos entre nuestros usuarios en los que, tal y como nos han explicado sus familiares y cuidadores, han manifestado un avance en el deterioro cognitivo, así como alteraciones conductuales. Sabemos que el confinamiento tiene consecuencias negativas sobre todo en personas con demencia (Pinazo-Hernandis, 2020). Todo ello debido a la reducción de la actividad física, cognitiva (al no realizar actividades de estimulación cognitiva en talleres, por ejemplo) y a la falta de contacto con otras personas ha comportado alteraciones del sueño, progreso en el deterioro cognitivo, mayor aislamiento social y un aumento de la sintomatología depresiva. Además, debemos añadir en aquellos casos en que la demencia se encuentra en un estado avanzado una mayor desorientación en tiempo, espacio y persona lo que ha podido comportar alteraciones conductuales, como mayor irritabilidad o nerviosismo. Debemos entender que las personas con demencia pueden no comprender la necesidad de no salir a la calle, tener que ponerse una mascarilla, no tocar a otras personas o incluso no saber cómo lavarse las manos, ni tampoco tener que hacerlo repetidas veces, y todo ello puede comportar dichas alteraciones y por ello un aumento de éstas a partir de la situación que hemos vivido y estamos viviendo.
Por todo lo anterior, se derivó la necesidad en el mes de octubre de reiniciar la actividad de los talleres de estimulación cognitiva. Ya no solo por su implicación cognitiva sino por su implicación afectiva, emocional y conductual. En los talleres nos relacionamos, interactuamos con otras personas, estimulamos nuestro cerebro, tenemos rutinas y trabajamos las normas básicas de seguridad frente al COVID-19, entre otros. Todo ello, además, dentro de un espacio seguro: toma de temperatura corporal, lavado de manos, mantenimiento de la distancia de seguridad, uso obligatorio de la mascarilla, uso individual de todos los materiales, ventilación y desinfección de los espacios tras la realización de los talleres. Sabemos que la seguridad es lo principal, pero sobre todo no podemos pasar por alto la necesidad de mantener activos a nuestros usuarios para así promover su autonomía personal, evitar la desconexión con el entorno y mantener las relaciones sociales, estimular la propia autoestima y minimizar el estrés y con ello evitar las reacciones psicológicas anómalas. En definitiva, conseguir los objetivos de la estimulación cognitiva en la enfermedad de Alzheimer como apunta Peña- Casanova (1998) y por consiguiente, mejorar o facilitar la calidad de vida de los enfermos y de sus cuidadores y/o familiares.
Bibliografía
Peña- Casanova, J. (1999) Intervención cognitiva en la enfermedad de Alzheimer. Fundamentos y principios generales. Barcelona: Fundación La Caixa.
Pinazo-Hernandis, S. (2020) Impacto psicosocial de la COVID-19 en las personas mayores: problemas y retos. Rev Esp Geriatr Gerontol; 55(5): 249–252. Published online 2020 Jun 3. Spanish. doi: 10.1016/j.regg.2020.05.006
Olazarán, J., Muniz, R., Reisberg, B.: et al. (2004). Benefits of cognitive-motor intervention in MCI and mild to moderate Alzheimer disease. Neurology, 63(12), 2348-2353.
Olivera-Pueyo, J., Pelegrín-Valero, C. (2015) Prevención y tratamiento del deterioro cognitivo leve. Psicogeriatría; 5 (2): 45-55.